El patín a vela es una embarcación muy particular: no tiene timón, ni orza
y cuenta con una sola vela sin botavara. Está diseñado para un solo
tripulante y es común verlo navegar en las aguas del Mediterráneo. En
Argentina fue fabricado por el alumno Caio Gómez, quien cursa la carrera
de Arquitectura Naval y se dedica a construir esta embarcación de
competición.
Se trata de un catamarán que tiene más de cinco metros de eslora y posee
cinco bancadas que unen dos flotadores en forma de cuchilla. Se usa en
regatas de competición en Barcelona, Cataluña, Andalucía y Valencia y en
algunas costas francesas, belgas y holandesas. Pero este verano Caio
estuvo promocionando el patín en Pinamar, Mar del Plata y Rosario.
La embarcación surgió del ingenio de los navegantes -y no sólo de
técnicos náuticos- en las costas de Barcelona. Nació en los años ‘20 y
fue evolucionando hasta que en 1941 una regata entre los distintos
prototipos existentes hizo que el modelo de patín que ganó en aquella
prueba fuera el que se fabricase. Ganó el prototipo de los hermanos
Mongé y, desde entonces, el patín continúa fabricándose con las mismas
líneas de agua y diseño.
Con la idea de traer una nueva embarcación al Río de la Plata, Caio
comenzó la construcción del patín y pensó en la fabricación para la
venta. “La embarcación es atractiva y hoy en día la navegación de
catamaranes tiende a crecer mundialmente”, indica a InfoUniversidades.
Su primer contacto con el patín lo tuvo a través de una revista que le
hizo conocer su papá (también egresado de la UNQ y docente de
Arquitectura Naval), que quedó maravillado con la embarcación y guardó
la imagen en su retina. Un tiempo después pensaron en la idea de
fabricarlo, aprovechando la carpintería familiar que tenían y decididos a
enfocarla en la construcción naval.
“El trabajo que tenía que encarar era artesanal y fue un impacto muy
grande el que tuve”, explica Caio. A partir de ahí se presentaron
distintos desafíos: encontrar las reglamentaciones para construirlo, los
materiales, los procesos adecuados y poner manos a la obra en el diseño
y la construcción del patín a vela.
Una vez fabricado el primer modelo, vino la navegación. “Era algo que
nos llamaba la atención, ya que no hay embarcación que se le parezca”,
cuenta Caio. Si bien los principios para navegar el patín son los que se
utilizan para windsurf (es decir, navegar utilizando su propio peso
para dirigir la embarcación) se trata de un catamarán que alcanza los
5,6 metros de largo. “No supimos cómo era navegarlo hasta que terminamos
uno de los cuatro patines que tenemos fabricados, y realmente nos
sorprendió”, revela el alumno.
Caio cuenta que sus primeras experiencias en la navegación del patín
pasaban por la ansiedad y la incógnita sobre cómo navegarlo: “Una vez en
el agua, me fui adaptando a él. Primero hice unas navegaciones en la
laguna de Chascomús, con poco viento, para ir aprendiendo las maniobras.
Me sorprendí a mí mismo, ya que era más sencillo de lo que imaginaba y
de lo que habíamos leído e investigado por foros con mi papá”.
Pero todavía no había imaginado que las sensaciones podían ser más
intensas hasta que se fue al mar con el patín a vela y descubrió que
podía atravesar una rompiente y navegar mar adentro como si la
embarcación tuviese un motor: “Ahí sentí el ruido del agua y el viento
contra la madera, la vela que me exigía cazar siempre un poco más y mi
cuerpo que cada vez estaba contrarrestando peso por la escora. Fue algo
impactante y la adrenalina me duró todo el día”.
El patín tiene un mástil de aluminio de casi 7 metros de altura y una
superficie vélica de más de 12 metros cuadrados. Se adapta a muchos
tipos de agua: se puede usar en lugares con poco calado, ya que no tiene
apéndices (no tiene ni quilla ni timón), y también en el mar. “Te
permite muchas posibilidades de navegación. En el Río de la Plata, por
ejemplo, se puede navegar perfectamente porque podés salir de cualquier
lado y navegar por donde sea, sin preocuparte del calado. Navega con
sólo 30 cm de profundidad y esto es único”, asegura Caio. Además, la
embarcación es cómoda de transportar. Posee manijas que le permiten
moverla desde la rampa de un club hasta la orilla de una playa para
arrastrarla hacia el agua.
El diseño y la construcción del catamarán siguen los requerimientos que
obliga el reglamento para la competición. La construcción se hace
íntegramente en Argentina. Caio y su equipo fabrican patines a vela con
estructura de madera y también en fibra de vidrio. Pero también cuentan
con el trabajo de Mariano Arroyo, egresado de la carrera Arquitectura
Naval de la UNQ, quien es el responsable de fabricar los flotadores de
fibra que necesita el patín. Los envía desde Rosario, donde vive y
trabaja profesionalmente en la construcción de estas piezas.
El catamarán está formado por dos cascos o flotadores que cumplen la
función de planos antideriva. Los cascos están unidos entre sí por la
cubierta, compuesta de cinco bancadas independientes que aportan rigidez
al conjunto y sirven de soporte al aparejo, así como de apoyo al propio
patrón.