El año que pasó parece haber arrojado resultados optimistas para la ciencia y la tecnología argentinas. Precisamente, en una reciente entrevista, el secretario del área en el gobierno nacional, Tulio del Bono, recordó que si bien en la actualidad el país destina el 0,55 por ciento del PBI para ciencia y tecnología, se confía en alcanzar el 1 por ciento en 2010; que la inversión privada aumentó un 50 por ciento, dentro de la tendencia global que impulsa la colaboración del sector público y privado en el sector tecnológico, y que, gracias a haber comenzado a trabajar en red, creció significativamente la relación entre la comunidad científica y las necesidades de la Argentina.
Por ello, un dato para destacar es también el balance netamente positivo con que el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) cerró 2005: se incorporaron 1500 becarios y 500 investigadores -la proyección para este año es mantener esa misma política de crecimiento-; aumentó considerablemente el número de investigadores argentinos que retornaron del exterior; se informatizó la gestión de todos los concursos, desde el ingreso del expediente hasta el acta administrativa que constituye la resolución, y se incrementó la vinculación del organismo con las empresas locales, lo que se traduce, por ejemplo, en una multiplicación por seis de la cantidad de servicios prestados al sector productivo.
Hace cuatro años, el panorama era bien diferente para el Conicet, cuando su actual presidente, doctor Eduardo Charreau, tomó el timón de la columna vertebral del sistema científico nacional y logró crear vasos comunicantes entre el mundo de la ciencia y el de la producción -se creó la figura innovadora de "investigador en empresa"- y, sobre todo, le devolvió al organismo el prestigio del que había gozado mucho tiempo atrás.
Pero también vale la pena subrayar otro aspecto: por primera vez en mucho tiempo hay conciencia en la sociedad argentina sobre el papel fundamental de la educación y, dentro de él, el lugar especial que ocupan la ciencia y la tecnología en tanto piezas fundamentales para construir con solidez el crecimiento de la Argentina de hoy y del futuro; es decir, de un país que quiere dejar atrás definitivamente las crisis.
Ha habido también por parte de la comunidad científica un reconocimiento de que su trabajo -incluso aquéllos en donde prima la investigación pura- debe tener un destinatario concreto y ese destinatario es, en primer lugar, la sociedad argentina. De esta aceptación mutua sólo han comenzado a verse los primeros frutos.
Hay mucho por hacer todavía y de las políticas de Estado que trace el gobierno nacional -ha demostrado hasta aquí una inusual comprensión de la importancia de este tema- dependerá que nuestro país pueda muy pronto no sólo equipararse a vecinos como Brasil y Chile, sino avanzar a los primeros puestos, junto a Finlandia o Suecia. Es una meta muy ambiciosa, pero no imposible.
Fuente: La Nación Link corto: http://www.lanacion.com.ar/771375