Investigadores de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) estudiaron bacterias probióticas que pueden proteger a los niños menores de un año de la intoxicación con la bacteria Clostridium botulinum. Leandro Lacoa (Agencia CTyS) – Luego del nacimiento, los bebés transitan por un período de adaptación al nuevo ambiente que deben enfrentar fuera del vientre materno. Su frágil constitución inmunológica puede exponerlos a diferentes peligros, como a los microorganismos nocivos que pueden contener las partículas de polvo ambiental. Uno de ellos es el Clostridium botulinum, una bacteria que provoca el botulismo del lactante (toxiinfección intestinal), principalmente, en niños de hasta los doce meses de vida.
Científicos de la Universidad Nacional de Cuyo investigaron la manera de prevenir esta patología a través de bacterias probióticas, que pueden generar una barrera protectora en los intestinos de los recién nacidos, quienes aún tienen poco desarrollada la microbiota o flora intestinal.
En diálogo con la Agencia CTyS, el doctor en Bioquímica, Rafael Fernández, comentó que las pruebas in vitro demostraron que se puede reducir la cantidad de toxinas producidas por las bacterias. “Tuvimos buenos resultados, tanto para inhibir la producción de colonias como para impedir la toxicogénesis. El cultivo de laboratorio del Clostridium botulinum mezclado con la cantidad adecuada de probióticos reduce en un gran porcentaje la producción de toxina botulínica”, sostiene.
Aunque comúnmente se relaciona el origen del botulismo del lactante con la ingesta de miel, las esporas de las bacterias pueden ser transportadas por el aire y pueden alojarse en cualquier alimento. En muchas ocasiones, la miel actúa como medio de transporte o vehículo, porque se utiliza en los chupetes, para endulzar la leche o en las primeras comidas de los bebés. Pero, en los últimos años, se descubrió, en Argentina, que los populares “tés de yuyos” también pueden alojar a la bacteria.
“El polvo del ambiente es el principal vehículo para que ingresen las bacterias al lactante, ya que el suelo (la tierra) es el principal reservorio del agente. Si la miel está contaminada con esporas, le estamos suministrando esos patógenos al niño. También, puede ocurrir que, al residir en una zona con mucho viento, y principalmente en climas secos, el bebé aspire aire cargado de polvo que luego es deglutido”, explica Fernández.
Luego de ingresar al organismo, el Clostridium botulinum produce una neurotoxina que ataca a la placa mioneural, que se encarga de la conexión entre una terminal nerviosa y un músculo esquelético. El patógeno inhibe la liberación de un neurotransmisor, la acetilcolina, lo que deriva en un cuadro severo de hipotonía, es decir, una marcada debilidad muscular que, por ejemplo, le impide al niño succionar para alimentarse con la leche materna y hasta puede provocarle parálisis generalizada y muerte por paro respiratorio.
Otros síntomas del botulismo son la constipación prolongada (más de 3 días sin defecación) y la disminución del reflejo fotomotor, que es un signo de compromiso neurológico en el paciente. Según el investigador de la UNCuyo, el botulismo es una enfermedad rara porque afecta a pocos individuos, a nivel estadístico. En Argentina, entre 40 y 50 niños por año sufren la toxiinfección intestinal por la ingestión de la bacteria a partir del aire o de alimentos.
Mejor que curar…
Debido a que el mecanismo de infección es muy difícil de controlar, los métodos de prevención son variados. Desde simples recomendaciones de higiene hogareña hasta investigaciones en laboratorio, todo puede contribuir a mejorar la calidad de vida de los lactantes.
Para Fernández, algunos de los consejos más importantes son disminuir el contacto del bebé con el polvo ambiental, mantener el aseo en el entorno del niño y no suministrar miel, jarabe de maíz o té de hierbas a los menores de un año.
Con el objetivo de ampliar aún más las posibilidades de prevenir el botulismo, se están investigando bacterias lácticas, que se obtienen de productos tan comunes como los yogures o los suplementos dietarios. Así, el patógeno deberá enfrentarse a una barrera que le dificulta colonizar el intestino o producir la toxina, que luego va hacia otras partes del organismo.
“Si los probióticos ya están confirmados científicamente como agentes de prevención de diversas enfermedades intestinales y respiratorias, pensamos que, también, se podían utilizar para detener al Clostridium botulinum”, indica el bioquímico.
Próximamente, los investigadores empezarán a aislar cepas de bacterias lácticas, posibles probióticas, que se encuentran en las heces de los lactantes y en el tracto vaginal de las mujeres. “El siguiente paso es poder diseñar un producto, como por ejemplo un alimento funcional, un suplemento dietario o una formulación farmacéutica, para incluir estas bacterias benéficas en los lactantes, quizá desde su nacimiento, con el fin de protegerlos y reducir los riesgos de botulismo”, concluye Fernández.