Por Tulio Del Bono
A partir de mediados del siglo XX empezó a quedar claro que el mundo evolucionaba hacia una nueva “sociedad del saber”, en la que la riqueza de las naciones y de las empresas dependía, cada vez más, de su capacidad de crear y utilizar conocimiento. Lo que al principio no estaba tan claro era qué tipo de conocimiento se debía generar.
Al respecto, había dos posiciones opuestas. Por un lado, estaban los que opinaban que se debía crear conocimiento a partir de la investigación básica (sin tener en cuenta su aplicación inmediata) y que el progreso vendría por añadidura. Era una especie de “enfoque en la oferta o en el producto”, que parte de la creencia de que hay que producir con alto nivel de calidad, sin preocuparse por la necesidad del mercado, ya que si el producto es bueno, rápidamente encontrará demanda y nos reportará riqueza. Por otro lado, estaban los que postulaban que la investigación debía dirigirse a resolver los problemas de la sociedad (investigación aplicada y desarrollo tecnológico) y –en especial– del sector productivo. Esta posición representaría el “enfoque en la demanda”, cuya creencia es que primero hay que detectar necesidades reales en la sociedad y recién entonces ponerse a pensar en qué producir para satisfacerlas.
Durante algún tiempo, estas posiciones fueron antagónicas y, a veces, hasta excluyentes. Pero la experiencia mundial de los países más exitosos demostró que ambas posiciones, en realidad, deben ser complementarias. En efecto: es necesario innovar productivamente, para lo que hacen falta resultados concretos de la investigación aplicada y el desarrollo tecnológico; pero todo esto no se puede realizar correctamente si no se cuenta con una excelente investigación básica. Para ello, es forzoso que existan altos niveles de articulación entre el sistema científico y el sector productivo. Por todo esto, profundizar y reforzar esa articulación en la Argentina fue una de las primeras aspiraciones que tuvimos desde la Secretaría de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, apenas se inició nuestra gestión.
Dos culturas distintas
Al encarar ese desafío, nos encontramos con un primer problema. Resulta difícil articular y complementar actividades de personas que participan de culturas distintas como son las que rigen en el mundo empresarial y productivo.
En el mundo científico se considera que el conocimiento (el “producto” del investigador) es de calidad cuando es original y es resultado de aplicar en forma rigurosa la metodología de investigación correspondiente, según lo que dictamine la evaluación de los pares científicos, la que no considera si ese conocimiento tiene o no aplicación inmediata. En cambio, para el mundo empresarial, un producto es de calidad cuando lo utilizan clientes que quedan satisfechos con él; o sea, si no existe demanda, no hay calidad, por mejor elaborado que el producto esté.
Este ejemplo puede servir para justificar las dificultades de entendimiento entre ambas culturas (la científica y la empresarial), porque hasta tienen diferentes interpretaciones para un concepto tan importante como el de “calidad”.
Al estudiar cómo resolvieron este problema los países más avanzados en la materia, vimos que una solución es recurrir a profesionales que pudieran manejar las dos culturas o los dos lenguajes. Estos profesionales son una suerte de “traductores”: conocen las necesidades de innovación tecnológica del sector empresarial y las convierten en requerimientos concretos para el sistema de ciencia y tecnología; pero también conocen las capacidades del mundo científico y saben cómo transformarlas en ofrecimientos concretos de servicios para el mundo empresarial.
Para formar esta clase de profesionales, se utilizan dos vías. Una es la de los clásicos estudios de perfeccionamiento de posgrado; algunos de estos están ya funcionando en nuestro país. Otra vía es radicar investigadores a trabajar dentro de las empresas; estos investigadores, que conocen la cultura científica, mediante el desarrollo de sus tareas dentro de una empresa y compenetrados de sus necesidades, aprenden rápidamente a entender la cultura empresarial. Esta última vía es la que estamos implementando a partir del reciente convenio del Conicet con Tenaris Siderca.
En definitiva, la importancia de este convenio (junto con convenios similares con otras empresas nacionales) es que inaugura una metodología de trabajo, novedosa en la Argentina, que ya ha demostrado ser exitosa en los países más desarrollados del mundo, porque permite consolidar una alianza estratégica duradera entre el sistema científico tecnológico y el sistema productivo, una de las claves del éxito en esta nueva sociedad del saber.
El autor es secretario de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva
Fuente: La Nación