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Un equipo de la Universidad Nacional de San Martín prueba una tecnología que se usa en prácticas sustentables de minería para la remediación del segundo río más contaminado del país. Los especialistas aplican un tipo de proceso llamado redox que permite la remediación de sedimentos contaminados a la vez que la recuperación de metales. En Villa La Cárcova, los basurales dominan el paisaje. Ubicada en la localidad bonaerense de José León Suárez, en el partido de General San Martín, este asentamiento alberga a unas 12.000 personas en condiciones de extrema pobreza. Para ellos, los residuos significan contaminación, pero también representan su principal fuente de ingresos. La villa está atravesada por el “zanjón”, como llaman popularmente al canal que desemboca en el Reconquista, el segundo río más contaminado del país. Además, se encuentra a unos pocos kilómetros del relleno sanitario de la CEAMSE, que recibe en forma diaria toneladas de residuos provenientes de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y del conurbano bonaerense.

De esta manera, el acceso al agua potable también es un problema. Sin embargo, “los vecinos lograron llevar agua a todo el barrio a través de una intrincada red de mangueras desde la distribuidora central. El problema es que los efluentes cloacales muchas veces drenan por zanjas a cielo abierto y las mangueras pasan por estas zanjas. Entonces, cuando hay una baja de presión, la manguera puede llegar a ser contaminada con agua cloacal”, cuenta a Argentina Investiga Gustavo Curutchet, investigador del Conicet en el Instituto de Investigación e Ingeniería Ambiental (3iA) y la Escuela de Ciencia y Tecnología de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM). Curutchet trabaja en la zona desde hace varios años, estudiando posibles formas de remediación de cauces contaminados, como el “zanjón” que desemboca en el río Reconquista.

En la actualidad, el equipo del que forma parte Curutchet, junto a Roberto Candal y otros investigadores de la UNSAM, trabaja en la aplicación de procesos redox para la remediación de sedimentos contaminados y la recuperación de metales. Se trata de reacciones químicas en las que uno de los reactivos (agente oxidante) produce una oxidación al otro (agente reductor), al captar electrones que éste libera. La mayor parte de estas reacciones son catalizadas, es decir, aceleradas por microorganismos. Curutchet explica que este proceso ocurre de manera natural en sedimentos de ríos y arroyos contaminados.

“Debido a la descarga de materia orgánica, que son compuestos de características reductoras, se conforma un ambiente anaeróbico (ausente de oxígeno) y empiezan a actuar bacterias que, al respirar compuestos con sulfato, generan ácido sulfhídrico, que es tóxico y produce el característico olor nauseabundo de ríos contaminados. Los sedimentos del fondo son los más afectados porque son los que más lejos del oxígeno están”, describe el investigador, y agrega que “es muy común que, al hacer un dragado, los sedimentos se depositen en la orilla. Entonces, el medio se acidifica, los metales pasan a solución rápidamente y pueden infiltrar a las napas e impactar en la biota”.

Por eso, la propuesta de Curutchet y su equipo es realizar estos mismos procesos, pero en condiciones controladas, por ejemplo, dentro de un reactor que se pueda instalar en la orilla del río. “Los metales pesados tienen que ser tratados como un residuo peligroso o, lo que es parte de nuestro trabajo, pueden ser considerados como un recurso, como un mineral. Porque con una tecnología que no implica mayor infraestructura que un relleno de seguridad se puede hacer un proceso que se conoce como biolixiviación, el mismo que se usa en minería: una oxidación y liberación de los metales, pero en condiciones controladas. De esa manera, recuperamos metales como zinc, cobre y cromo en el líquido lixiviado. Este es un recurso interesante porque su venta puede pagar parcialmente el proceso. Y una vez que el sedimento está descontaminado, se puede transformar en abono o volver a poner en el río sin problemas”, señala.

Además, Curutchet destaca que las bacterias utilizadas fueron aisladas del propio río, como las de las especies Acidithiobacillus (oxidación) y Desulfovibrio (reducción). De todos modos, aclara que el método estudiado no sólo sirve para la zona de La Cárcova, sino que puede aplicarse en otros cauces contaminados. “Ya hemos concluido una etapa de laboratorio con muchas muestras a lo largo de diferentes campañas y creemos que podemos llegar a una escala piloto en muy poco tiempo”, indica. Aparte de la Escuela de Ciencia y Tecnología, de la investigación también participan otros equipos de la UNSAM: un grupo de la Escuela de Humanidades, dirigido por Silvia Grinberg, y otro, de la Escuela de Política y Gobierno, a cargo de Ricardo Gutiérrez.

El investigador destaca la actitud proactiva de los vecinos de La Cárcova ante los problemas de contaminación con los que están obligados a convivir. “La gente está siempre dispuesta a hacer cosas y se las arreglan muy bien con lo que pueden, pero la presencia del Estado es fundamental”, enfatiza.